Es el primer trabajo cinematográfico de Christopher Nolan basado en hechos reales.
Christopher Nolan reconstruye en Dunkerque la evacuación de 330.000 soldados aliados de las costas francesas en mayo de 1940.
Situada en plena Segunda Guerra Mundial, narra la historia del rescate en la playa de Dunkerque de las tropas británicas, francesas y belgas que habían sido rodeadas por el ejército alemán, cuando Adolfo Hitler parecía invencible.
Acorralados por el ejército nazi a orillas del Canal de la Mancha, también conocido como English Channel por los ingleses, cuyas aguas son tan poco profundas que los buques británicos no podían acercarse lo suficiente para una evacuación, los jóvenes permanecieron en la arena esperando al milagro o a la muerte, casi capaces de ver desde su posición la costa británica, a tan solo 40 kilómetros.
En las playas que rodean al tercer puerto más importante de Francia se quedaron otros 35.000 soldados que acabaron como prisioneros de guerra, pocos para lo que podría haber sido la peor derrota, y que gracias a las escasas bajas acabó bautizándose como «el milagro de Dunkerque».
Dunkerque no se centra en un personaje para desarrollar la historia, como en los anteriores trabajos de Nolan
Como era de esperarse, Nolan juega con la estructura narrativa lineal de la película.
Dunkerque no es una película, es una experiencia. Nolan consigue trasladarnos a los muelles y a los barcos de rescate para escapar de ese infierno.
Christoper Nolan se propone, y lo logra, explorar la mismísima placenta del mito nacional de “el milagro de Dunkerque”.
Con Dunkerque, nos hace partícipes de su maestría en el uso del lenguaje audiovisual. La composición de cada plano y la duración de los mismos y los detalles que encierran. La capacidad que tiene para dirigir actores en espacios tan grandes y desfavorables.
Nunca llega la calma, al igual que en la guerra, siempre se mantiene la inquietud, la cinta deja en claro que el enemigo es omnipresente.
Dunkerque es una obra sensacional, en todos los sentidos. Trata de llegarnos a la mente y al corazón, pero lo hace a través de nuestro sistema nervioso.
Nolan quiere que nos sintamos perdidos, confusos y desesperados. Con ese fin trata a todos los soldados que se apilan en la playa y en los barcos como partes de un organismo colectivo, importantes no por sus respectivas individualidades que por su contribución al tejido de la Historia. No pretende que nos identifiquemos con sus circunstancias personales. Apenas llegamos a conocer a ninguno de ellos, y las cosas que dicen no solo son irrelevantes sino que, como de costumbre en el cine de Nolan, casi ni se entienden. Las personalidades se expresan a través de las acciones y de la inacción, no de los diálogos.
La fascinación de un prosista como Nolan por los brotes poéticos inherentes al medio cinematográfico ya tocó el cielo en Interestelar ( Interstellar / EUA – GB – Canadá – Islandia 2014 ), película empeñada en llegar al secreto del alma a través de la mecánica cuántica, pero nunca ha estado tan integrada en el conjunto como aquí: los tres escenarios en los que Nolan orquesta su sinfonía de la angustia son, al mismo tiempo, de una abstracción sublime y de una concreción casi palpables, como si su mirada metafísica hubiese convertido una serie de significantes concretos (uniformes, equipo de navegación, aceite, arena, fuego, metralla) en una intrincada construcción de símbolos. Esa tensión entre el impresionismo del artista total y la urgencia del reportero de guerra produce un trabajo que, como es costumbre en Nolan, seduce al espectador a través de sus contradicciones, como si la propia película estuviera luchando por abrirse paso entre el fuego enemigo y el peso de la historia. Así, lo verdaderamente singular de Dunkerque es que Nolan parece, por primera vez, completamente volcado en la ejecución antes que en la tesis, que no llega hasta sus últimos compases y que, como sucedió en la realidad, nos permite reconceptualizar todo lo experimentado bajo el marco de una narrativa humanista de supervivencia. La forma precede al contenido. Primero debemos vivir el horror en primera persona, después decir qué historia nos contamos a nosotros mismos para seguir adelante.
Lo que ha permitido a Christopher Nolan convertirse en uno de los cineastas más poderosos del mundo es su capacidad inigualable para poner de acuerdo las demandas del blockbuster con su sofisticada idiosincrasia personal como orquestador de la acción y la emoción.
La fotografía de Dunkerque tiene una escala gloriosa, gran uso de la profundidad de campo, un juego de colores que crean una pregnancia especial y una composición que aprovecha el dramatismo que desprenden las instantáneas existentes sobre el rescate. El juego con el grano y las texturas dan un aspecto de cine clásico y moderno al mismo tiempo que ponen al director en la vanguardia estética del blockbuster.
Como película de guerra y drama histórico, Dunkerque es una experiencia estética antes que política. Más allá de la premisa obvia: la guerra es capaz de sacar lo mejor y lo peor de cada uno, poco nos dice Nolan sobre la naturaleza del mal, o la erosión del espíritu humano. Sin embargo, existe un ánimo por proclamar lo azaroso del campo de batalla y la total falta de justicia cuando se trata de quién sobrevive. En virtud de lo cual no se ocupa reiterando la vileza nazi, construyendo a un enemigo con la que ya estamos más que familiarizados, en cambio, lo convierte en el peligro invisible, presente y ausente, sinécdoque de una amenaza mayor e ineludible: la muerte.
Dunkerque nos devuelve al gran cine en toda la épica y la gloria de la pantalla grande. Un concierto brutal de imágenes de acción visualmente brillantes y con contenido.
Hay muchos aspectos de Dunkerque capaces de espolear un debate interesante a la salida del cine, pero su contundencia a la hora de colocarnos en el mismo ojo del huracán no es una de ellas: en más de un sentido, Nolan ha logrado comandar esa Película-Clímax con la que lleva años soñando.
Dunkerque está pensada como un espectáculo personal y una conmovedora eucaristía. Nos reúne frente a la gran pantalla para hablarnos de cómo el pasado puede sublimar un presente oscuro y modelar el futuro. En una época de aparente pulverización de certezas, subraya la más cercana al propio corazón de su director: que el cine, el gran cine, es uno de los pocos milagros con los que podemos empatizar con nuestra memoria histórica, solidarizarnos con nuestros compañeros de otra barricada, frenar el avance del olvido.
Dunkerque es el talento de Nolan concentrado en casi dos horas de maestría cinematográfica. Cuando todo termina y comienzan a desfilar los créditos, se percibe la emoción contenida en la sala y es evidente que Dunkerque es más que una película, es una experiencia, un recordatorio de cuál es la finalidad del cine, conmover, conmocionar, y por qué lo llamamos séptimo arte.
Dunkerque es la última arremetida de Christopher Nolan contra la violenta invasión del digital y la multiplicación de pantallas en dispositivos domésticos. Una defensa férrea a la alicaída experiencia cinematográfica en la sala de cine, disminuida tanto por la precarización en la calidad de las películas que llegan a cartelera, como por la proximidad y confianza que le otorgamos a nuestros aparatos inteligentes. Una suerte de grito a viva voz: ¡El cine vive y respira en pantalla grande!
“Me dicen que Dunkerque es mi película más personal, pero yo prefiero definirla como una historia épica e intimista”, confiesa Christopher Nolan. “Está claro que es mi filme más británico y de algún modo eso lo hace más personal. Sin embargo, siempre me siento íntimamente conectado con todos los que hago … La historia es la que me dice dónde poner la cámara. Y en ese aspecto, Dunkerque es la película más agresivamente subjetiva que he rodado nunca”, agrega. La cinta está narrada con apenas algunos diálogos. Nolan rodó casi el 75% de la película con una cámara IMAX, en celuloide. Y aunque se centra en un fragmento de la historia mundial, Nolan se permite jugar con el tiempo, algo habitual en su estilo, narrando simultáneamente historias que transcurren en tierra a lo largo de una semana, en el mar a lo largo de un día y en el aire a lo largo de una hora.
En cuanto Nolan comienza a pasar del día a la noche, los confines de los tres segmentos narrativos se definen casi por completo. Incluso conforme cada sección, con sus peligros y dramas individuales,—se explora en detalle, Nolan permite que todas dialoguen de forma dinámica. A veces lo logra con marcados ecos visuales, como cuando un Spitfire derribado se llena de agua y el piloto se hunde mientras que en otra parte un soldado casi se ahoga (Tom Hardy interpreta al piloto más importante, mientras que un compasivo Jack Lowden tiene un papel secundario esencial). Hay un momento en el que Nolan entreteje los hilos narrativos de tal forma que crea una sensación de un terror envolvente que cala los huesos.
Dunkerque es una película que tiene una historia que se cuenta a través de los soldados, de sus vivencias, de sus experiencias cercanas a la muerte y sus cuerpos bajo asedio. Por lo general, los nombres son irrelevantes; en la playa, en el mar y el aire, lo que cuenta es el rango, la unidad y la habilidad para evitar de alguna manera las bombas que estallan. El énfasis de Nolan en la realidad visceral de Dunkerque deja muchas cosas implícitas; ni siquiera en un texto aclaratorio que aparece al inicio se identifica al enemigo como la Alemania nazi. Desde luego, los soldados saben exactamente contra quién pelean y quizá incluso por qué pero, en el campo, el enemigo es un desconocido que intenta asesinarlos.
El énfasis implacable que Nolan pone en los soldados, y en la experiencia de la guerra en detrimento de las estrategias bélicas, desdibuja la historia aunque asombrosamente trae a la luz el presente y sus guerras. Dunkerque es un filme magistral, es arte y técnica cinematográficos, pero es una película que está inequívocamente al servicio de una historia sincera, sobria y profundamente moral que acorta la distancia entre las batallas de ayer y las de hoy. Nolan lo logra cinematográficamente con imágenes aplastantes e intimidad emocional, con escenas de guerra y sobrevivientes aterrados y apiñados que, junto con la banda sonora de Hans Zimmer, resuenan por todo el cuerpo.
Influido por títulos tan diversos como, entre otros, Avaricia ( Greed / Erich von Stroheim / EUA 1924 ), Alien: el octavo pasajero ( Alien / Ridley Scott / GB – EUA 1979 ), Enviado especial ( Foreign Correspondent /Alfred Hitchcock / EUA 1940), Máxima velocidad ( Speed / Jan de Bont / EUA 1994 ), Carros de fuego ( Chariots of fire / Hugh Hudson / GB 1981 ) o La batalla de Argel ( La battaglia di Algeri / Gillo Pontecorvo / Italia – Argelia 1966 ), el realizador niega cualquier ejercicio estilístico. “Nunca he intentado definir mis películas estilísticamente. No les impongo mis gustos”, se defiende. El estilo Nolan, dice, nace con cada guion.
El acuerdo de Christopher Nolan con los Estudios Warner le puede reportar un sueldo de unos 20 millones de dólares y un 20% del ingreso bruto de una taquilla, podría superar los 240 millones de dólares solo en Estados Unidos y Canadá. Pero para Nolan su mayor premio es haber filmado la película que quiere ver. Y que solo podrán disfrutar por completo algunos elegidos, aquellos con acceso a las salas IMAX para las que está pensada.
DUNKERQUE
( DUNKIRK )
DIR. CHRISTOPHER NOLAN
GB / PAÍSES BAJOS / FRANCIA / EUA 2017
Juicios de Valor tomados de aquí y de allá